La Mujer de la Tercera Edad

La mujer adulta mayor constituye una mayoría creciente en la población envejeciente y aumenta su proporción en el tiempo.

Actualmente, las mujeres corresponden a más de la mitad del total de adultos mayores. Si bien existen algunas similitudes en los retos enfrentados por los hombres y mujeres a medida que envejecen, hay algunas circunstancias que la mujer enfrenta que generalmente complican mayormente su salud, tanto física como mental, y las cuales son específicas de su rol de género.

No estar acompañada por un esposo, ya sea si es viuda, divorciada o nunca casada, somete a la mujer a una alta probabilidad de vivir en la pobreza. Aquellas que viven en soledad, son las que tienen mayor riesgo de quedar confinadas a un hogar de ancianos por el riesgo elevado de discapacidad, desnutrición y por su incapacidad para afrontar gastos que le permiten seguir residiendo en sus propios hogares. “No desean cocinar sólo para sí mismas, prefieren no comer”.

Los problemas medico más communes son la osteoartrosis, la hipertensión, alteración auditiva o visual, enfermedades cardiacas, cáncer de mama y la incontinencia urinaria. La condición más prevalente es la artritis, reportada frecuentemente en las mujeres en estado de sobrepeso y que lleva a la discapacidad. Y una de las causas de muerte más comunes son las cardiovasculares, porque los síntomas de infarto agudo al miocardio son muy vagos, y la mayoría de las veces, enmascarados, por lo que retrasan la búsqueda de atención médica.

La ansiedad y depression son mucho más frecuentes en la mujer, dato que complica más los casos de enfermedades cardiovasculares.

Tienen más riesgo de caídas y de osteoporosis, ambos fáciles de modificar con un cambio a un estilo de vida saludable, con ejercicio físico desde la juventud y alimentación rica en calcio, para lograr un pico elevado de masa ósea y muscular. Preferible la prevención de la fractura de cadera con estas medidas.

Es importante el manejo del dolor persistente en los casos de artritis, porque este acompaña a la alteración de la movilidad, en la marcha, mayor riesgo de caídas, dificultad en la rehabilitación, asilamiento y depresion.

Las relaciones afectivas estrechas y la compañía con quehacer y sentirse necesitadas están asociadas a mejoría y preservación de la salud física y mental.

Es interesante la cantidad de mujeres que desde siempre han realizado un trabajo no remunerado ni reconocido socialmente, como por ejemplo trabajo en el ámbito reproductivo, trabajo del cuidado de los hijos y del hogar. Esto implica que estuvieron siempre en trabajo constante, sin posibilidad alguna de plantear una interrupción similar a la laboral usual. Por lo que el momento del “retiro” en estos casos no se da por deseo propio, sino por el abandono de los hijos (“el nido vacío”) para hacer propia vida.

Esto trae consigo, una gran problemática social en la mujer adulta mayor, que espera continuar siendo necesitada e inicia con rasgos depresivos asociados a sentimientos de duelo patológico como lo es la negación de que sus hijos ya no son más que esposos de otras mujeres, enfrentándose a una realidad fría, antes no reconocida, y de golpe; lo cual genera también trastornos de adaptación que deben ser llevados con atención psicológica temprana.

La búsqueda de nuevas herramientas de uso de sus facultades, los voluntariados, nuevas actividades de ocio, nuevos aprendizajes (cursos o talleres), tener amistades o cuidar de alguien necesitado, son, sin duda, lo necesario en ese momento.

La mujer logra un envejecimiento exitoso al conseguir, por un lado, balancear la autoaceptación con la autosatisfacción y por otro lado, comprometerse con la vida y el crecimiento personal. Aceptando sus limitacioens y resolviendo conflictos, con un alto grado de optimismo y actitudes positivas y llenas de esperanza, la misma contribuirá a una mayor satisfacción personal y podrá vivir más y mejor, más feliz, su vejez.